Juan Alberto Barat •
Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Perú, se vienen definiendo como reflejos de un nuevo clima político que se instala en América Latina.
Hay que agregar la situación de la Argentina, todavía expresada en negativo, que vive la instancia que abrió la expulsión de De la Rúa, aún con final abierto, sin reagrupamiento consistente de un campo nacional, pero donde no es posible dudar del rechazo generalizado a la partidocracia regiminosa.
El sur de América Latina tiende a configurar, y en los últimos tiempos con notoria aceleración, un campo de acción de fuerzas populares, superestructuralmente en distinto grado de desarrollo ideológico, pero cuyas bases y cuadros militantes encuentran coincidencias en una confrontación creciente con el imperialismo.
Este proceso se vive como repudio abierto al neoliberalismo, que en los 90 hegemonizó toda el área que hoy es teatro de una recomposición política que se orienta en sentido contrario a la satelización semicolonial, a la integración servil al mundo de la globalización imperialista.
Un período caracterizado por la transferencia masiva de excedentes al primer mundo, mediante los instrumentos de la deuda externa y la apertura económica y financiera, que funcionaron como parámetros de un saqueo extremo, está en vías de agotamiento.
Los partidos políticos tradicionales, que en cada país operaron como garantes de políticas expropiatorias de las clases trabajadores y campesinas y de capas de la clase media urbana, están siendo alojados en la buhardilla de la historia, perdida toda representatividad.
Gotas que derraman el vaso
Lula en Brasil y Gutiérrez en Ecuador, en cierto modo en las antípodas en cuanto a su magnitud económica y a su desarrollo social, pero componentes legítimos de un movimiento político tendencialmente convergente, que replantea objetivamente el tema central de la cuestión nacional de Latinoamérica balcanizada, es probable que hayan derramado el vaso de la histeria imperialista. En abril, y avisados de que la situación se complicaba, intentaron un “putsch” contra Chávez, en Venezuela.
La unión de la pequeñoburguesía cipaya de Caracas, los sindicalistas enfeudados en estructuras burocráticas ligadas a la social democracia y a centrales social cristianas europeas, con la marca de AFL-CIO desde los tiempos de Serafino Romualdi (modelo de dirigente venal financiado desde Washington, “internacionalista”panamericano, consecuente luchador contra los gobiernos latinoamericanos que encararon políticas nacionales, como los de Perón, Vargas o Arbenz) y la patronal FEDECAMARAS, presionó al sector más débil del eslabón militar nacionalista y logró encarcelar brevemente a Chávez.
La reacción popular fue entonces de suficiente envergadura como para permitir el reagrupamiento de las tropas patriotas, que junto a las masas movilizadas lo reinstalaron en el gobierno.
Ya ocurrieron Lula y Gutiérrez, y Chávez sigue ahí, pese a su propia limitación, que no es otra que la del nacionalismo en la semicolonia, en la época de la mundialización imperialista y de la hegemonía militar de los Estados Unidos.
Liquiden a Chávez
La actual situación política sudamericana reconfigura perspectivas. Movimientos populares en desarrollo, su probable consolidación y expansión territorial y su conquista de gobiernos, acercan la posibilidad de la articulación del MERCOSUR con el Pacto Andino y el retroceso del ALCA, cuya imposición sacralizaría la colonización moderna de América Latina, anticipada por la “doctrina Monroe” y el “big stick” de Teodoro Roosevelt.
Ante ello, los Estados Unidos no podrían actuar pasivamente.
Su “destino manifiesto”, sus intereses económicos y sus requerimientos geopolíticos, los mueven indefectiblemente a la agresión.
Por ende, no es extraña ni casual la renovada presión contra el gobierno patriota de Venezuela. Militares comprometidos con el fracasado golpe de Abril acampan desde hace más de un mes en la plaza Altamira, en Caracas, que se ha transformado en oratorio “democrático” cotidiano del frente cipayo movilizado contra Chávez.
La televisión y la prensa siguen manos del golpismo más cerril, bajo el amparo de la OEA y la embajada norteamericana, que desempolvan las vulgares letanías que santifican la liquidación de emergencias de poder nacional popular no alineadas con Washington: Arbenz en 1954, Perón en 1955, Allende en 1973, para citar algún ejemplo.
La Coordinadora Democrática, refugio de la partidocracia corrupta que aplastó electoralmente el pueblo venezolano, Fedecámaras, el “gremio” de los empresarios saqueadores, los sindicalistas amarillos confabulados con el capital imperialista y casi toda la prensa y la televisión empresarial, conforman una suerte de “unión democrática”.
Para entender la naturaleza de su composición, procedimientos y apoyo externo, en la Argentina no necesitamos lecciones.
Nos basta tomar nota de que el embajador de los Estados Unidos en Caracas, Charles Shapiro, un Braden para Chávez, ha condenado “cualquier intento por intimidar a los medios de comunicación”, y de los “esfuerzos pacificadores” de la OEA, la misma que convalidó intervenciones militares en Cuba, Guatemala, Panamá, Grenada…
El objetivo es claro: liquidar a Chávez ya, partir a Sudamérica e introducir una cuña segura con un gobierno títere. Considerando la actualidad de América Latina, la continuidad de Chávez cuestiona la hegemonía norteamericana.
Venezuela, laboratorio viviente de la Revolución Nacional
Las multitudinarias movilizaciones y contramovilizaciones que se suceden, no dejan duda sobre el apoyo popular a la revolución bolivariana.
No ocurre lo mismo con los métodos del gobierno bolivariano, que parece empantanado en una negociación sin salida y en una reafirmación que no logra trasponer lo discursivo. Es obvio que el propósito del golpismo azuzado por Estados Unidos, es presionar sobre las fuerzas armadas, para desmoralizarlas y empujarlas a combatir a su propio pueblo.
El tiempo opera a su favor.
El respeto a la formalidad democrática, a la “libertad de prensa”, a los desplantes de un “sindicalismo” vendepatria y de una justicia que sirve esencialmente al capital hegemónico y extranjero, puede integrar una táctica para enfrentar transitoriamente el problema de una relación de fuerzas en que un enorme poder externo tiende a equilibrar el enorme poder interno de las masas movilizadas.
Pero si esta táctica se prolonga indefinidamente, incuba el riesgo del desgaste de la propia fuerza y, en el caso, de la desmoralización de un elemento fundamental, cuando menos coyunturalmente, como son las fuerzas armadas, así como de dar lugar, para contribuir al mismo fin, a operaciones provocativas como el reciente suceso de sangre en los altares de la plaza Altamira, cuya marca de fábrica no es difícil identificar.
La aplicación máxima de la potencialidad revolucionaria de masas es hoy, en el punto crítico del enfrentamiento patriótico antiimperialista, lo único idóneo para evitar una derrota, más aún para consolidar una victoria.
Ni prensa venal, ni sindicatos amarillos, ni funcionarios golpistas, como los de la petrolera estatal y alcaldes con policía propia, ni jueces sublevados contra el pueblo venezolano. Impulsar, en cambio, los proyectos formulados, acelerar la revolución agraria, gestión democrática obrera en las empresas públicas y en las que es preciso nacionalizar, y avanzar.
En la época de la mundialización capitalista, la Revolución Nacional no es viable sobre la base de equilibrios entre clases concebidos desde ideologías reformistas –conservadoras, sino que requiere del más completo protagonismo obrero y popular para acaudillar al conjunto de la sociedad.
En Venezuela, América Latina vive una instancia de importancia singular. El pueblo de Bolívar está de nuevo invitado por la historia, esta vez para frenar a los colonizadores del Siglo XXI a las puertas de Sudamérica, en el mismo momento en que comienza a perfilar un nuevo rumbo de liberación nacional.