Guillermo Hamlin
La política de poner freno a las emisiones de CO2 apunta a impedir, demorar o hacer más costoso el desarrollo industrial de los países del tercer mundo, donde las industrias que más emiten, debido a su proceso productivo, son la siderúrgica y la cementera, precisamente las que se requieren más en los países que están construyendo su infraestructura.
El último informe climático de las Naciones Unidas, a través de su organismo ad hoc, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), fue publicado el 27 de septiembre pasado en Estocolmo. Despojado de la habitual retahíla de futuras calamidades climáticas que pronostican, y de la afirmación de que la certeza de que el calentamiento producido por la humanidad ha llegado a 95%, cuando en 2007 hablaban de 90% (sin mostrar evidencia científica que avale esta afirmación), reconoce por primera vez: 1) que el calentamiento global futuro no será tan malo como pensaban, 2) que no hubo calentamiento durante los últimos 15 años, 3) que sus modelos climáticos no fueron capaces de pronosticar esta conducta de las temperaturas, 4) que ignoran las razones por las que el calentamiento global se ha tomado esta “pausa”; confían en que el calentamiento retomará en el futuro su crecimiento (no muestran evidencia científica convincente para sostener dicha afirmación), 5) que el Período Cálido Medieval (cuya existencia era negada en anteriores informes) fue tanto o más cálido que la era actual. Son muchos reconocimientos que ponen en duda aún más la credibilidad del IPCC. Este retroceso en las posiciones hace tambalear la teoría de que las emisiones humanas de CO2 son las responsables del calentamiento global observado hasta 1997.
Estos reconocimientos del IPCC son reforzados por informes de científicos que no están dentro del organismo climático de las Naciones Unidas, donde destacamos, entre muchos otros: un reciente estudio de la NASA prueba, en contra de la teoría del IPCC, que el CO2 enfría a la atmósfera; científicos del Observatorio Pulkovo en San Petersburgo, Rusia, declararon que la actividad solar está desvaneciéndose, de manera que la temperatura media global comenzará muy pronto a declinar; el Instituto Max Planck de Alemania señala que el calentamiento es pospuesto por cientos de años; “Actividad solar y cambio climático”, estudio realizado por los astrofísicos Silvia Duhau, de la Argentina, y Kees de Jager, de Holanda; otro estudio, realizado por científicos del CONICET y la Universidad Nacional del Sur, dirigidos por Eduardo Gómez, del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO), sostiene que el cambio climático se ha producido cíclicamente por miles de años y que la causa principal es la radiación solar; confirmación de la teoría del danés Hendrik Svensmark de la modulación de la temperatura de la Tierra por los rayos cósmicos, como mediador de la radiación solar. Como síntesis, podemos mencionar lo que Tim Ball, ex IPCC, cofundador y ex presidente del Principia Scientific International, resumió: “La ciencia del IPCC asume que la temperatura tiene que aumentar si aumenta el CO2. No lo hizo. Como tal, el proceso del IPCC, su método y su ciencia son fracasos completos.”
Se podría pensar que con estas refutaciones tan contundentes el imperialismo podría llegar a cambiar su estrategia. Pero no es así. Hablan desde el poder, hablan con “la verdad científica” impuesta desde el poder. El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha dicho: “El calentamiento sigue. Ahora debemos actuar”. Los más grandes organismos ambientalistas, como Greenpeace, WWF, Amigos de la Tierra, etc., convocaron a una inmediata acción para cortar las emisiones de gases invernadero. El 28 de septiembre se publicó en el Daily Mail, de Londres, la opinión de Ed Davey, el secretario de Energía del Reino Unido: “Esto debe impulsar a los líderes internacionales para lograr un ambicioso acuerdo global vinculante en 2015 para reducir las emisiones de CO2”. La misma actitud tuvo David Bull de Unicef: “Los científicos están más seguros que nunca de que el cambio climático es real y es producido por el hombre.”
Esta política de poner freno a las emisiones de CO2 apunta a impedir, demorar o hacer más costoso el desarrollo industrial de los países del tercer mundo, donde las industrias que más emiten, debido a su proceso productivo, son la siderúrgica y la cementera, precisamente las que se requieren más en los países que están construyendo su infraestructura. Nuestros gobernantes deben tener conciencia de esto y evitar la firma de documentos vinculantes que atenten contra nuestro derecho al desarrollo independiente.